Capítulo 4: Falsos Amaneceres

El ancla que me mantenía cuerdo, esa mano amiga al otro lado de la calle, se soltó de repente. Yeni, mi vecina, no pudo ayudarme más. Los problemas con su marido, susurrados con la mirada baja, la obligaron a retirarse a su propia trinchera. Y así, sin más, volví a estar solo. Mi desgracia y yo, atrapados en las páginas de una novela de terror que solo yo podía leer.

  • historia de un padre soltero

Me refugié en lo único que me quedaba: el trabajo. Me convertí en un autómata programado para producir, para crecer, para no pensar. La bebé, ajena a todo, seguía su propio ritmo de vida entre el ruido de la fábrica y el murmullo del local. Para el mundo, éramos un equipo saliendo adelante. Pero en mi cabeza, el calendario seguía clavado en el Miércoles Negro. No podía olvidar. Cada vez que miraba a mi hija, su rostro era un eco del de su madre, un recordatorio constante de la herida abierta.

Pasaron casi cien días. Cien ciclos de sol y oscuridad que para mí fueron una única y larga noche. Y entonces, ella llamó. El teléfono sonó y, por un instante, una estúpida esperanza me hizo creer que algo podía arreglarse. Pero la conversación se agrió en segundos, convirtiéndose en un cruce de reproches y dolor que solo sirvió para confirmar que no había vuelta atrás. Colgué, más vacío que antes.

Pocos días después, otra llamada, esta vez desde unos 500 kilómetros de distancia. Un familiar me hablaba de una chica joven, llena de sueños, que quería buscar un futuro en la gran ciudad. Necesitaba un lugar donde quedarse, un trabajo. En mi soledad, la idea de tener a alguien más en la casa, aunque fuera una extraña, se sintió como un salvavidas. Acepté. Ella llegó y empezó a trabajar en la fábrica de hamburguesas.

  • lucha contra la depresión

Económicamente, todo iba hacia arriba. La fábrica crecía, el local funcionaba. Desde fuera, la imagen era de éxito, de superación. Un falso amanecer en toda regla. Pero por dentro, la culpa me carcomía. «¿Cómo pasó? ¿Qué hice mal?». La pregunta giraba en mi mente sin cesar. La respuesta siempre era la misma: «Es mi culpa».

La madre de la bebé volvió a llamar. Esta vez, la daga fue más profunda. Me contó que estaba estable, que ya tenía otro marido. Había rehecho su vida mientras yo seguía ahogándome en los escombros de la nuestra.

Empecé a llevar a la bebé a una guardería. Esas pocas horas al día eran un respiro, un instante para ser solo yo y no el padre-madre-empresario-cocinero. La rutina era una locura: la fábrica, el local por la noche, la casa, las comidas. La chica que vivía con nosotros no nos ayudaba, y en esa cercanía forzada, en esa mutua soledad, surgió algo. Una relación fugaz, física, nacida más de la desesperación que del afecto. No me sentía bien con ello. Sabía que aquello no era un futuro, y que ella, a pesar de su bondad, no era una madre para mi hija.

Perdí la noción del tiempo. ¿Habían pasado cien días o eran ya doscientos? Los negocios crecían, pero yo me encogía. Cada noche era mi tormento. Cuando la casa quedaba en silencio, me encerraba en mi habitación con una botella de alcohol. Comía poco. Bebía mucho. Miraba las paredes y me preguntaba cómo la vida podía haberse torcido de esa manera.

  • historias de superación personal

Los vecinos me admiraban. Veían al joven padre luchador, al emprendedor. No sabían nada de mi infierno privado, de la soledad pegajosa, del alcohol como único consuelo. Quería morir. La idea de quitarme la vida se convirtió en una sombra constante. Pero entonces miraba a mi hija, que cada día estaba más grande, más risueña, y le suplicaba a Dios una fuerza que no sabía si existía: «Dios, dame más fuerzas».

Y así pasaron los días, o quizás los meses. El Miércoles Negro para mí nunca había acabado; lo vivía en el alcohol y los recuerdos. Mi habitación era mi refugio. En una de esas tardes grises, mientras mi alma pesaba una tonelada, sonó el timbre. No esperaba a nadie. Arrastré los pies hasta la puerta y la abrí.

Y allí, en el umbral, la vida me tenía preparada otra sorpresa.

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La crónica de un emprendedor que lo perdió todo. Un viaje a través del fracaso, la depresión y la pérdida de identidad para encontrar la fuerza en el único motivo que le quedaba: su hija."

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