El Horizonte y la Espera
Decidí hacer un viaje, y el paisaje se convirtió en mi nuevo combustible. Las horas se detuvieron mientras el autobús avanzaba, y la belleza de las montañas, mezclada con mis pensamientos, creó la bomba perfecta para alimentar esta vida de terror. Pasé el viaje entero sentado junto a la ventana, con la única idea en la cabeza de cuándo llegaría el día de regresar.
Llegué a casa de mis familiares, pero yo no estaba realmente allí. No quería reír, no quería comer, no quería nada. Esos cuatro días, que se suponía que eran una visita para que conocieran a la niña, se convirtieron en mi peor viaje. Yo solo quería estar de vuelta en mi habitación; ya todo a mi alrededor me molestaba.
El verdadero infierno era saber que estaba en el pueblo donde ella vivía. Existía la posibilidad de que nos viéramos. Por eso, no salí. Pasé los cuatro días encerrado en aquella casa, pero con la mirada dividida: una parte de mí miraba el teléfono, esperando que por algún milagro llamara; la otra, vigilaba la carretera por si aparecía. Nunca llamó. Nunca apareció.
Tenía una ventana que miraba hacia el horizonte, y allí, en el silencio de esas montañas, escribí mi historia en mi mente. Me sentaba como un zombi, creando mi propio mundo, mientras mis familiares reían, freían comida y se tomaban fotos. El único ruido eran ellos, porque el campo estaba en un silencio absoluto. Ese horizonte fue mi verdadero compañero de viaje.
Cuando por fin llegó la hora de partir, todo había cambiado para peor. Regresé a la ciudad y los negocios habían caído un poco más. La niña enfermó de gravedad, exigiendo cuidados de 24 horas. Y yo, convertido en un zombi, me sumergí de nuevo en mis noches interminables, donde el ruido de los vecinos, el olor a gato y la botella de whisky eran los únicos actores en mi juego. resiliencia ante la crisis
A veces, el infierno es una ventana y una carretera vacía. Cuatro días esperando una señal que nunca llegó. Nuevo capítulo de Las Crónicas del Miércoles Negro: El Horizonte y la Espera. Depresión