Las Crónicas del Miércoles Negro
Y allí, en el umbral, estaba ella. La sorpresa me dejó sin aire. Me quedé paralizado, mudo, anclado al suelo mientras el mundo se detenía. Ella intentó entrar, moverse por la casa como si aún fuera su dueña, como si el tiempo no hubiera pasado. No se lo permití. Un muro invisible, construido con dolor y noches en vela, se lo impidió. Detrás de mí, en el interior de la casa, estaba la chica que trabajaba conmigo, la de la relación fugaz, testigo silenciosa de una tensión que se podía cortar con un cuchillo.
«¿Y la niña?», preguntó.
padre soltero
La traje hasta la puerta. Durante una hora, que para mí fue una eternidad, jugaron en el andén. Yo las observaba desde mi puesto, estupefacto, nervioso, sin salida. Era un espectador de mi propia vida rota. Cuando la hora terminó, ella se marchó. Y entonces, mi bebé lloró. Lloró con la angustia de quien siente el abandono en lo más profundo de su ser. Y yo lloré con ella, roto al ver cómo una niña tan pequeña ya podía entender el dolor de una madre que se va.
historia de superación.
Aquella visita lo dinamitó todo. La chica que vivía en casa se marchó para siempre la semana siguiente; nunca más supe de ella. No la culpé. La madre de mi hija había empezado a rondar la casa, la vi pasar dos veces seguidas, marcando un territorio que ya no era suyo. El caos se apoderó de todo.
De nuevo, estaba solo.
lucha contra la depresión
Me refugié en dos cosas: la lectura y el alcohol. Tenía varios empleados, el negocio no podía parar, así que cada mañana me ponía la máscara de la valentía y afrontaba el día. Pero era una fachada. El Miércoles Negro nunca se iba, no tomaba descanso. Los vecinos me veían sonreír, me veían actuar con normalidad, pero no veían al hombre que llegaba a casa y se hundía.
La depresión se hizo más fuerte. Hablaba todos los días con un familiar que, desde la distancia, intentaba darme ánimos: «Tú eres capaz de eso y mucho más». Pero las palabras rebotaban contra el muro de mi culpa. Me culpaba a mí por todo. ¿Por qué le había hecho esto a mi hija? Ahora no tendría una mamá. ¿Qué le diría en el futuro? ¿Cómo iba a ser mi vida, solo, con una niña a la que no sabría responderle sus preguntas?
abandono
Los lunes, unos cantantes venían al negocio. Tomábamos algo de licor, nos reíamos, y siempre me hacían las mismas bromas: «¡No pasa nada, consíguete otra!». Pero mi problema no era «otra». Mi problema era yo. Estaba totalmente perdido.
Los meses pasaron en una neblina. Dejé de querer vestirme, de querer ducharme. Comía poco. Pero, en medio de mi derrumbe, mi hija florecía. Me había volcado tanto en su cuidado que se puso totalmente repuesta. Estaba sana, contenta, se convirtió en parte del equipo de trabajo, siempre conmigo. Nunca nos separamos. Nos adaptamos. La vida, en el mundo exterior, seguía su curso.
Pero por dentro, los bajones y la depresión fueron lo más duro que he vivido. Me sentía atrapado en un túnel sin salida. Y cada día, al mirar el calendario, solo podía pensar en los muchos meses que ya habían pasado, y en todos los que aún me faltaban por resistir.
