El Veredicto de la Calle.Mis noches interminables seguían ancladas a una botella de whisky, pero ya no era suficiente. El insomnio se volvió tan insoportable que empecé a tomar pastillas para dormir, buscando a la fuerza un escape que no llegaba. Mientras tanto, los días pasaban en una rutina borrosa. Los negocios seguían cayendo, empeñados en darme una lección diaria.

La niña, en cambio, parecía encontrar un respiro en su pequeño mundo. PadreSoltero Iba a la guardería y siempre regresaba más contenta, convirtiéndose en un pequeño faro de luz en mi oscuridad. Después, como siempre, salía a trabajar conmigo, mi compañera inseparable.

Pero afuera, en la calle, el mundo había dictado su sentencia. Los vecinos empezaron a mirarme distinto: era el fracasado, el hombre sin alma. Sus miradas me acusaban en silencio, preguntando por qué esa niña no estaba con su madre. De la noche a la mañana, pasé de ser el padre valiente que se había quedado, a ser un maltratador, el verdugo de mi propia hija. Nos daban la espalda, nos borraban con su indiferencia.

La preocupación me devoraba. Las llamadas a mi familia eran un disco rayado de miseria. Pasaron los meses y yo intentaba resistir, convertido en un extraño en mi propio barrio, acusado de ser un mal padre. Pero me negaba a ser derrotado, porque sabía que la verdad se vivía dentro de casa. Estaba volcado por completo en ella: sus gripes, sus medicinas, sus citas con el médico, su ropa, su comida a sus horas. Cuidaba de ella como un devoto, siguiendo cada indicación al pie de la letra.

Sintiéndome un ladrón que se había robado a su propia hija —mi peque, mi sufrimiento—, un familiar me sugirió en una llamada: «Busca a Dios». «¿Cómo?», respondí, «si cada noche le ruego que me saque de este infierno». «Ve a una iglesia cristiana», insistió. Esperé al domingo y fuimos. Nos preparamos, tomamos un taxi y llegamos contentos a esa dichosa iglesia. Lloré durante horas, gritándole a Dios que detuviera el castigo. Y por un instante, solo un instante, me sentí libre.

Pero al regresar, la realidad nos golpeó en la puerta. Nada había cambiado. La bebé miraba la tele y yo volví a mi habitación, a mi oscuridad y a mis desgracias. La tarde trajo consigo el desfile de problemas en los negocios, los chistes de los empleados, los clientes que ya no soportaba. Ella me acompañaba, siempre pendiente desde su camita hecha con una caja de frutas, mientras los días se alargaban como si aquel Miércoles Negro no tuviera final.Descubre mas aqui https://go.hotmart.com/D101975869B

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